Algún título hay que ponerle a lo que uno escribe. El del presente relato no deja de ser metafórico o directamente embustero, puesto que, desde hace varios años, estoy permanentemente de vacaciones. Sin embargo, como no me gusta contar mentiras diré que cierto poso de verdad tiene. Cuando uno está en casa, aunque ocioso, no es lo mismo que cuando uno se va a una ciudad que no conoce, vive en un hotel y se pasa el día haciendo el turista; sacando fotos aquí y allá, comiendo en restaurantes y visitando monumentos, museos y lugares emblemáticos.
Eso es lo que he hecho en esos cinco días y por ello considero que he estado de vacaciones. Aunque durante muchos años hemos visitado la Región de Murcia, por aquello de que aquí estaba parte de la familia, desde que nos hemos afincado aquí, hemos empezado a descubrir lugares hermosos tanto en el interior como en la costa.
En esta ocasión hemos recorrido Águilas y Mazarrón y lugares cercanos a estos dos bellos puertos. Tomamos como base Águilas y un hotel situado en la bahía de poniente. Un lugar agradable, con buenas vistas, un trato amigable y poblado por familias que, al parecer, en muchos casos eran habituales de ese alojamiento. El hotel en sí mismo no tiene una gran personalidad, ni una decoración sobresaliente, pero está lo suficientemente bien ubicado y es correcto. Posee una amable piscina y un spa donde los masajes y los baños son muy agradables.
Desde esa base nos hemos dedicado a recorrer diversas zonas, haciendo todo lo que hacen los turistas, además de lo ya dicho; perdernos por no entender bien las indicaciones del GPS, por la deficiente señalización de las carreteras, por las indicaciones imprecisas de la policía local o de espontáneos serviciales y por la falta de información que proporcionan en las diversas oficinas de turismo. Aún así hemos visto casi todo lo que hay que ver y nos hemos informado acerca de la historia pasada y reciente de estos lugares. Por supuesto empezamos con la prehistoria de la que hay muchos vestigios, seguimos con fenicios y romanos, pasamos sobre ascuas en cuanto al dominio musulmán y llegamos al glorioso siglo de Carlos III que tanto hizo por la zona, tras pasar por los ataques de los piratas berberiscos, para enganchar con el siglo XIX, las aportaciones británicas y, llegando a los siglos XX y XXI, a los turistas de playa y sol, a los invernaderos y la pesca.
Las imágenes valen por mil palabras, así que seguido encontraréis unas cuantas imágenes que mostrarán las bellezas de los lugares visitados. Terminamos nuestro viaje visitando el pueblo natal del gran actor Francisco Rabal, la santa de Totana, Sta Eulalia de Mérida, y el castillo de Lorca, esa fortaleza del sol en cuyo parador se come muy bien lo típico de tierra adentro, tras haber degustado huevas, mejillones, sepias, sardinas y otras delicias del mar.







































En este punto hay que decir que la conservación y limpieza de estos vestigios romanos es bastante deficiente. No es aceptable que esta villa que está en plena ciudad esté llena de malas hierbas, de trozos de plástico y de residuos variados.



Por lo visto, al propietario de esta sala de fiestas se le obligó a cambiarle el nombre porque la comunidad musulmana lo consideró irreverente. Parece que se llamaba la Meca y por su aspecto recuerda totalmente a una mezquita. De haber sido mía la habría rebautizado como El Vaticano.





Este fue el final del viaje. En otro momento dedicaremos un reportaje a la ciudad de Lorca que tan hermosa es y tanto ha padecido por los terremotos y las inundaciones.