Todo llega en esta vida. Llegó el Fin de Año en La Torre. Siguiendo una consolidada tradición, el pasado día 11, hubo cena comunitaria, campanadas y las uvas. Además, concluía el ‘Majado’ de Inés y Martín.
Para los no conocedores habrá que aclarar que se trata del reinado de los Majos del Miño. Cada año, desde hace unos cuantos, se elige a la pareja de Majos que han de coordinar los encuentros invernales de los impenitentes convecinos del Edificio Miño, de manera que la sana costumbre de reunirse, con cualquier excusa, no decaiga por frío que sea el invierno. Como es de suponer esas reuniones se hacen en torno a una mesa, a poder ser llena de viandas. En resumen, tras las cuchipandas del estío, vienen las del tiempo frío (me ha salido rimado sin pretenderlo).
La designación de los nuevos Majos recayó, no sin cierta polémica y un cierto pucherazo, en la muy digna pareja formada por Manolo y Teofi. A pesar de que ellos no residen en el Miño, no obstante, por derecho familiar y por su asidua asistencia a todos los eventos (comilonas) que se dan en él, se han ganado de sobra ese título que los compromete a que la cosa de juntarse y ponerse hasta las trancas no decaiga.
Ha habido ciertos resquemores tras su elección. Cierto que las bases y el protocolo de actuación no están debidamente definidos, pero los que somos rencorosos lo llevamos bastante mal. Ahora bien, haciendo uso de nuestro carácter magnánimo y atendiendo a que los elegidos se pusieron tan contentos, no nos ha quedado otra que no presentar la preceptiva reclamación, la impugnación y la protesta más que justificada. Por otra parte, en este país ya estamos muy hechos a las elecciones digitales, a los incumplimientos de programa, a las falsas promesas, de manera que como, en cualquier caso, nos vamos a reunir a comer; eso es indudable, la cosa no está tan mal como podría parecer.
Todos contentos. Tras celebrar con la solemnidad que requiere de hecho la cena de fin de año, la elección de los Majos y comernos las uvas, también celebramos, en fecha posterior, la entrada del nuevo año y así, por si no habíamos cenado mucho (lo cual era imposible, ya que todo estaba buenísimo y hasta precioso de ver), nos reunimos el domingo siguiente a despedirnos hasta la temporada de verano próxima, echándonos al coleto unas copichuelas de espumosos y unos dulcecillos. Más que nada porque la pena de la separación es menos con pan.
Los testimonios gráficos y los comentarios del pie darán una idea de cómo se celebra tan sonado festejo, que, en mi modesta opinión debería ser declarado ‘bien de interés cultural’. Ahora que nos abruman con programas sobre gastronomía, cocina y cosas parecidas; que han proliferado las declaraciones de denominación de origen, como parte de las señas de identidad de regiones y comarcas, no cabe duda de que las celebraciones gastronómicas del Miño y sus habitantes veraniegos (e invernales, por lo que colea) son una demostración singular de lo mucho que hacemos patria a través de la degustación de platos locales, de importación o de creación personal. Así mismo, no se le hace ascos a ningún caldo, sea de la Rioja, de Almería o de Pinoso. aquí hay una verdadera demostración de conciencia patria, de acogida y no discriminación que debería ser modélica en los tiempos que corren.
En fin. Estos sonados y ejemplares festejos, (lo de sonado va porque las campanadas se dan con un caldero y un mazo de almirez y por los decibelios de las carcajadas de los asistentes) deben ser conservados en la memoria y deberían ser imitados por otros colectivos. Su vida sería menos avinagrada -aquí sólo se toma el vino en su punto- y más feliz.











Todos quieren pasar a la posteridad con los majos del 2015-2016











En la siguiente entrega se dejará constancia de la celebración de despedida.